Cuando Cartagena de Indias, puerto de entrada a las Indias Occidentales, dejaba atrás las estructuras de bahareque para convertirse poco a poco en una de las ciudades portuarias más importantes de las colonias, Doña María de Barros y Montalvo ofreció sus riquezas para erigir un convento donde pasar sus últimos años. Quiso la acaudalada viuda de la sociedad dejar como herencia el primer claustro de hermanas carmelitas reformadas, de acuerdo a las normativas conservadoras de la beata Teresa de Jesús. Y así fue, hasta que el convento sucumbió en 1861 cuando fue expropiado, para ser abolido definitivamente en 1863. La Corona otorgó autorización por Cédula del 15 de diciembre de 1606. El nuncio de su Santidad en Madrid comunicó la aprobación papal en 1610, de manera que, al poco tiempo, la viuda, quien deseaba garantizar la vida espiritual de sus familiares, tomó los hábitos y solicitó la admisión a todas las mujeres de su familia que desearan ingresar. Las puertas del convento se abrieron para las jóvenes españolas: "las españolas de nación," "limpias de toda raza sospechosa de nuestra fe católica," "virtuosas de buena fama y opinión," con excepción de algunos miembros de su familia de origen mulato.